Al aire libre
Si oyese decir de mí «folla como respira», asentiría tanto mas gustosa cuanto que la
expresión podría entenderse en su sentido propio. Mis primeras experiencias sexuales, y
muchas otras posteriores, estuvieron situadas en entornas que inducen a pensar que el
oxígeno actúa sobre mí como un afrodisíaco. Siento mi desnudez mas completa al aire libre
que en un recinto cerrado. Cuando un fragmento de piel —el hueco de los riñones,
pongamos— percibe cualquier temperatura ambiente que no sea la normal, el cuerpo deja
de entorpecer el aire que entonces lo atraviesa y lo hace mas abierto, mas receptivo.
Cuando la atmósfera que abraza el vasto mundo se adhiere como lo harían mil ventosas a la
superficie de mi piel, mi vulva también parece aspirada y se dilata deliciosamente.
Cuando un poco de viento se desliza sobre su umbral, la sensación se amplifica: los
labios mayores me parecen aún mas grandes, impregnados del aire que los roza. Mas
adelante, y con mas pormenores, hablaré de las zonas erógenas. Ya desde ahora sepamos
que la menor caricia capaz de despertar ese pasaje descuidado que une la pequeña
depresión anal con el triangulo donde se juntan los labios mayores, ese carril
menospreciado entre el agujero del culo y la cavidad del coño, es una de las que con mayor
seguridad me subyugan, y el aire que se hace palpable en ese punto me embriaga mas que
las grandes alturas. Me gusta ofrecer al aire que circula la separación entre mis nalgas y mis
piernas.
https://templodeeros.files.wordpress.com/2017/01/la-vida-sexual-de-catherine-m_-catherine-millet.pdf
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